Hoy queremos explicar cómo, un invento como el ascensor, se ha convertido en algo más que un medio de transporte vertical con el que desplazarnos por un edificio. Esta máquina ha pasado a ser, de manera involuntaria, el responsable de la segregación por clases sociales que nos encontramos en los edificios más desfavorecidos de las ciudades. De hecho, basta con pasear por ellas, para ver cómo ha cambiado la fisonomía de los edificios gracias a los ascensores.

 

 

¿Os parece que nos remontemos a principios del S.XX? En el centro de lo que ahora son las grandes urbes se empezaron a construir edificios de más de cuatro plantas cuya única manera de acceder a todos sus pisos era a través de la escalera. Fue en ese momento cuando vivir en el principal era cosa de las clases más acomodadas: techos altos, pisos más grandes, mejores acabados que los del resto del vecindario,… A eso le teníamos que unir que el tráfico rodado en las ciudades era más bien escaso, y que no pasaban ni ambulancias con las sirenas a todo meter, ni se oían ruidos en plena noche como los camiones de la basura o los contenedores en los que depositamos el cristal. Si nos fijamos bien, esta diferencia en se puede llegar a notar desde el exterior. Incluso en alguno de estos edificios se puede observar el añadido que la comunidad había pedido construir en lo que, en un principio, se usaba como terrado. Allí acostumbraba a vivir el portero de la finca, o familias que contaban con una renta baja y que se alojaban allí por un módico alquiler.

Entrados los años 60, con la inmigración procedente de las zonas rurales y el boom de la construcción, se empezó a cambiar la distribución de las clases sociales dentro de los edificios. Este cambio de tornas no fue algo casual: fue consecuencia del aumento de la instalación de ascensores, a precios asequibles, en las nuevas construcciones. En ese momento, los pisos más caros pasaron a ser los de la zona más alta de la comunidad de propietarios: mejores vistas, ausencia de vecinos ruidosos, terrazas de las que poder disfrutar,… Atrás habían quedado las caminatas por la escalera con las bolsas de la compra o las maletas de la vuelta de un viaje. De repente todo fue más sencillo: entrar en la cabina de un ascensor, pulsar un botón y llegar al destino sin realizar ningún esfuerzo.

 

 

En la actualidad, los bloques de viviendas sin ascensor acostumbran a ser inmuebles antiguos cuyo deterioro físico de las viviendas es más que evidente. En muchas ocasiones, sobre todo cuando se encuentran en los barrios periféricos de las grandes ciudades, se convierten en pequeños guetos de personas con pocos recursos que, a la larga, acaban teniendo problemas de movilidad y acceso a la propia calle por el mero hecho de carecer de ascensor. En Inelsa Zener hemos contado en diferentes ocasiones que, no nos debemos tomar la instalación de un ascensor en nuestro edificio como un gasto, sino como una inversión necesaria, que no tan solo revaloriza una propiedad, sino que también nos proporciona calidad de vida.